Por Luis Beovidez *
Soy uno de los cuatro empleados que fueron desalojados sin
orden judicial por aproximadamente cuarenta efectivos en casa de gobierno en Rawson,
jamás en mi vida me sentí tan peligroso. Después de un razonable tiempo
esperando esperanzado algún gesto solidario considerable, y no solo la
palmadita en la espalda o el “llamé a DDHH”, cuando éste organismo no tiene
ojos ni oídos ante nuestros reclamos, creo conveniente y oportuno hacer esta
invitación ante los hechos que se vienen sucediendo desde hace un tiempo a la
misma sociedad. Digamos que la problemática de la inseguridad es un tema perpetuo, pero lo que
vino a irrumpir con fuerza es el tema de la institución policial que, como una
caja de Pandora está mostrando las falacias mientras, y de forma paralela en el
imaginario colectivo se muestra, como siempre, como el instrumento balsámico
para contener los miedos de las capas medias, pero, y a raíz de la carta del
lector publicada en el diario “El Chubut” del día 09/07/12 de la Sra Graciela Moreyra,
más lo que está ocurriendo en Santa Cruz, exhiben a la difusión pública uno
entre tantos muchos casos en que los males de la institución es encapricharse
con sus propios empleados; sin más defensa de parte del empleado que la
adulación servil, la constricción irrestricta de la crítica (herejía
imperdonable dentro de una institución con notables letrados) subsumiendo a
todos sus integrantes en una fuerte identificación existencial y simbólica
hasta el extremo que lo referente a lo laboral, como derecho de trabajador, no
existe.
La ausencia de una crítica en el ambiente me parece
preocupante ante los hechos; la realización de marchas contra la inseguridad y
la violencia institucional y policial se me ocurre que tiene más una función
propagandística pero que solo se queda ahí. Una vez finalizada la marcha la
expiación ya cumplió con su labor social para quedarse en el lugar opuesto y
distanciado del vituperado. Invito a los lectores a reflexionar sobre lo que
ocurre en nuestra sociedad, sobre todos a aquellos que se sienten en el lugar
de privilegio de la usina de pensamientos para utilizar la crítica como un arma
de transformación. Lo viví desde mi carrera académica en la universidad como
así también en el trabajo de policía. Para algunos sos un botón y para los
otros sos un zurdo, por lo tanto no estás exento de miradas de desconfianza.
Caer en las simplificaciones dicotómicas y reduccionistas es un engranaje
esencial, producto de la teoría de los dos demonios para que el status quo
continué sin modificaciones estructurales.
No pretendo quedarme estancado solo en el estéril sintagma
de “la crítica constructiva”, sino derivarlo en una especie de puente que sea
capaz de entrometerse en la práctica real de los acontecimientos desde una
manera transversal y comprometida, de “ensuciarse en el barro”, mediante
aunque, no más ni menos que la opinión (la palabra). Y precisamente es ese el
caldo de cultivo donde se vomita una cantidad inconmensurable de variadas
críticas. Cuando utilizo el concepto de “opiniones” no lo hago de forma azarosa
sino que está asociado a esa idea de formular juicios a una multiplicidad de
apariencias (doxa). El tema de la inseguridad está instalado, es preocupante ya
que nos involucra a todos y cada uno de nosotros. Por lo tanto para no estar
atado a una crítica que solo te invita a opinar porque la realidad lo demanda,
paso ahora YO a ser el demandante: un demandante a la crítica misma. Es
tácitamente conocido en la opinión general que Policía como institución con su
fuertísima estructura de autoridad y dominación autónoma no puede justificarse
en los tiempos actuales, ya no tiene razón de ser (no con este modelo); y, no
me quiero quedar con la improductiva y reduccionista doxa izquierdista (o,
mejor dicho de esa izquierda) altisonante y vacía que solo hace lo que yo
quiero evitar. La impugnación nunca es un esfuerzo del pensamiento crítico. La
intención es subordinar la crítica a esta demanda general en contra de la
inseguridad. Así entendida, la crítica como arma es siempre significativa para
hacer parir nuevas realidades, nuevos sentidos, nuevas subjetividades, por lo
tanto nuevas relaciones sociales. La crítica, implica una ruptura con el orden
dado, es desde ese punto en el que podemos salir hacia la praxis, ésta
entendida como supuesto de transformación, distanciarse del torrente fáctico,
no quedarse en las apariencias.
La emergencia en los reclamos policiales, no solo en materia
salarial sino en la legislación interna (Reglamento Interno Policial) es
altamente draconiana e inquisidora es el límite mismo de nuestra forma como
sociedad de percibir y entender la
realidad. Es en la misma transgresión que irrumpe lo que siempre quiso negarse,
en la transgresión se visibiliza lo que hasta ahí era invisibilizado: la
emergencia de los reclamos policiales es un autentico reconocimiento como una
necesidad de derechos de trabajador para dejar de ser el chivo expiatorio de
falencias mucho más profundas y por lo tanto estructurales. La sociedad, tan
demandante de seguridad, entonces ¿Pretende una policía democrática,
desmilitarizada, humanizada y profesionalizada?
La herencia institucional tan eficaz ha demostrado que el
problema de la Institución
solo es un problema exclusivamente de policías (la aristocracia) junto al
gobierno de turno. Es aquí también donde visibilizamos y ponemos en el límite
para transgredir ese modelo que viendo el proceso fáctico solo ha traído muy
buenos resultados para pocos pero en desmedro de la mayoría. Desde ahí donde
apelo a una crítica más cerca de la episteme que de la doxa, en la conciencia
crítica que siempre requiere de una conciencia política; desde ese lugar de la
crítica sería productivo discutir.
* DNI 24133899
Nota relacionada: El Sindicato Policial repudia la detención a policías y la represión a trabajadores de la salud
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